Empecemos con un poco de historia. Durante el ocaso del Imperio Romano, la península ibérica fue invadida por los suevos y visigodos, pueblos bárbaros que adaptaron rápidamente la versión del latín que ahí se hablaba. Esta fue la base para el galaico-portugués que se cree, gracias a los suevos, se diferencia significativamente de sus lenguas hermanas como el español y catalán. En el 711, los árabes invaden la península Ibérica sin embargo, la versión galaica-portuguesa del latín se mantiene casi intacta dentro de la población hasta que los moros fueron expulsados de dicho territorio. En el siglo IX aparece el Condado Portucalense, que se convertiría en el 1143 en Portugal. Para ese entonces, no había mucha diferencia entre el galaico-portugués pero, con la expansión del Reino de Castilla, las discrepancias entre el portugués y el castellano se hicieron más evidentes. Para el siglo XIII el rey Dionisio estableció que la lengua oficial del Reino de Portugal era el portugués. En esa misma época y mas adelante, en España, el gallego viviría siglos de apogeo y otros no tanto, como los llamados “séculos oscuros”.
Actualmente, las dos comunidades pertenecemos a una gran “nación” que es Europa, y además, hablamos lenguas similares, si bien no iguales. No es difícil hacerse entender con un portugués en gallego o en español, aunque hay que andar con ojo para no meter la pata, o “a zoca” como decimos en esta parte del norte del rio Miño. Damos por hecho que los idiomas español y portugués son muy parecidos, y a veces nos confiamos utilizando o al escuchar algunas palabras portuguesas semejantes a otras españolas que creemos que significan una cosa y que, en realidad, tienen un significado muy diferente (y a veces hasta embarazoso).
El mayor bochorno que tuve hace años en el «país irmão» fue cuando en un restaurante de postín, me preguntaron cómo estaba el bacalao, (que ellos lo preparan de hasta cien maneras diferentes, por cierto). Yo, como cumplido, les dije: exquisito. Buena la que se lio… casi aparece el cocinero en el comedor. Y es que en portugués, la palabra esquisito (que se pronuncia igual que en español, aunque se escribe con ese) significa algo raro o extravagante. Tiene carácter negativo. Parecido como cuando por estos lares nombramos «repunantiño», vaya.
Por cierto, la rematé pidiendo al camarero la cuenta: “a notiña, por favor”, con acento luso pero en un «perfecto» portuñol, jeje. Realmente, más bien tenía que ser al revés: que el me pidiese la nota. Y es que nota, es el «billete de banco» (unas notas de cem euros, por ejemplo). Y a lo que yo bauticé como “notiña”, se le llama fatura o talão.
Otro clásico de restaurante. Salsa es, además del baile, nuestro «perejil». La salsa, para mojar, se le llama preve, como en gallego. La ensalada que tiene mucho sal, es salada que está salgada. No salada que está salada. ¡Qué lio!
Garrafa, que suena a cientos de litros, es «botella». Y se acompaña de un copo, pero no de un vaso, porque entonces no pueden traer un «jarrón «o peor aún: una «maceta».
Ojo con la carta y los productos. Si vemos el salpiçao a buen precio, no pensemos en el marisco, sino mas bien en el «embutido tipo fuet» ¡Más de uno se sorprendió!
La palabra espantoso, en español significa que «da miedo o, por extensión, que ha sido tremendamente malo». Sin embargo, espantoso en portugués tiene como sinónimos palabras como «extraordinario o maravilloso». Lo curioso es que el origen del término es el mismo en ambos idiomas: algo que causa espanto o sorpresa. Sin embargo, en el español dieron por hecho que la sorpresa era negativa, mientras que en el portugués fueron más positivos y pensaron en una sorpresa agradable.
Un puto, no es lo que nos viene a la cabeza, los lusos del norte lo usan refiriéndose a «niño pequeño». Y ojo, nunca entrenos en un bazar y preguntemos al dependiente si tiene «pilas». Te indicará que solo una, (como cada hombre, pensará, y quizás se ofenda por nombrar su órgano masculino). Utilizaremos pilhas o baterias.
Un paquete es un trasatlántico en Portugal, supongo que vendrá del francés paquebot. Para referirnos a un paquete, usaremos embrulho, encomenda, maços o pacote, según sea el caso. Al papel de regalo, lo traducen como papel de embrulho.
Nunca visites una bodega en Portugal con «ropa de domingo». Se reirán de ti, porque una bodega en Portugal es también un sinónimo de «porquería, cosa sucia». Por cierto, Cerdas, es un apellido común en el país vecino, y que no tiene el matiz como en español de «animal cocho» De hecho en la radio, entrevistando a una colega, tuvimos que cambiar el orden de los mismos para no presentarla como «la señora de las Cerdas»: ¡qué pensarían nuestros oyentes! Realmente indica el «pelo de algún animal», y también es sinónimo de seta. Pero cuidado, las que echamos en la pizza (esto sí que se pronuncia en todo el planeta igual), son los cogumelos. Las flechas, que cantaba Karina, allí son setas.
No son las únicas, aunque sí algunas de las más curiosas. Por ejemplo, una barata es una cucaracha, acordar-se significa despertarse, brincar se usa por jugar, combinar es la palabra para quedar con alguien, un eléctrico es un tranvía, un ascensor un funicular, y en Portugal a los ascensores les llaman elevadores. A una chilaba le llaman albornoz, y al albornoz lo llaman roupão. Qué no es lo mismo, ojo.
Y lo más a tener en cuenta: nunca despidamos a nadie, como sí lo haríamos en nuestro propio idioma, con un “moitos bicos”. Error: es una verdadera grosería. Saludaremos con “muitos beijos o beijinhos”, y así evitaremos que nos caiga una bofetón, o como dicen los tugas, un tapa.