El culto a la cerveza en la República Checa es ancestral: desde tiempos remotos, la fábrica de cerveza era una dependencia de cada castillo y así cada pueblo medianamente grande tenía ayuntamiento, iglesia y su fábrica de cerveza. En la capital de país, Praga, la cerveza es casi una forma de vida y es parte de su crónica cotidiana. Por eso hay que empezar la visita a la ciudad en busca del oro líquido checo. Dedicar la mañana a conocer el casco antiguo: su barrio judío, la plaza Vieja con la iglesia de Tyn y el reloj astronómico, el puente de Carlos sobre el río Moldava -icono de la ciudad-; dar un paseo en barco para ubicar las cuatro ciudades… y, entremedias, ir calmando la sed con una jarra de pivo (cerveza, en checo). Praga es un paraíso para los amantes de esta bebida fermentada, debido a las distintas variedades que se pueden encontrar, por ello lo mejor para la comida o la cena es reservar en alguna de las más famosas cervecerías de la ciudad. Como la U Fleku, cuya fama se debe a a su ambiente divertido, su abundante comida y las grandes jarras, que suelen ser de medio litro, de elaboración propia en una destilería que funciona en el mismo edificio.
Las fábricas
Pero la popularidad de esta bebida se extiende por otras ciudades. A medio camino entre Praga y Karlovy Vary se encuentra la fábrica de la cerveza Krusovice, «la cerveza real». Continuando a Cesky Krumlov se encuentra Pilsen. Aquí, además de admirar su plaza medieval, es posible visitar la fábrica Pilsner Urquell donde detallan la manufactura de este tipo de cerveza de inconfundible sabor. Otro lugar interesante en la ruta es Ceske Budejovice para admirar su plaza central, la más grande de Chequia, y acercarse a la fábrica de la famosa cerveza Budweiser (la entrada cuesta sobre 5 euros), que aún conserva maquinaria histórica utilizada en la época medieval para la fabricación de este veraniega bebida.