En Colombia a los autobuses se les llamas chivas. No viene de la marca del whisky, sino de cuando llegaron los primeros autocares, utilizados por los campesinos para desplazarse de un pueblo a otro, y como aún no había carreteras asfaltadas los pasajeros iban botando como cabras. Por eso les quedó el nombre. En todo el país, pero especialmente en la zona histórica de Cartagena de Indias, una de las ciudades más turísticas del Caribe colombiano, las populares chivas rumberas se han convertido en uno de los puntos de fiesta más originales.
Son unos autobuses abiertos, sin ventanas, con 10 filas de asientos, ocupados por cuatro personas en cada fila, y sonando música de una orquestina. Un guía, que explica los lugares que van recorriendo, entona la fiesta. El billete cuesta sobre 15 euros, con derecho a ron y cola a discreción, y la cumbia, el merengue, el vallenato, la salsa… hacen el resto. A la hora y media de recorrido por la ciudad se llega, a través de la avenida de Santander, al baluarte de santa Clara y allí el autobús se detiene. Son las murallas de la ciudad, un sitio ideal, pues corre una ligera brisa que mitiga el calor caribeño. La orquesta acompaña al grupo de turistas, que saludan y bailan con integrantes de otras chivas. Antes de subirse al bus de nuevo, ofrecen unas empanadas de carne y unas arepas de maíz, rellenas, como simpáticamente nos cuenta nuestro animador, de “huevo de gallo capao” para las señoras o de “gallina virgen” para ellos. El viaje prosiguen bordeando el monumento a los Zapatos Viejos, hacia una discoteca o de regreso ya al hotel para descansar de tanta parranda.